POR: P. Jeysis Armando Pérez (Parroquia Sta. Lucía, Las Matas de Farfán, San Juan).
¿Qué es la cultura del descarte? Es uno de los temas que el Papa Francisco ha venido apuntando a lo largo de su pontificado. Se entiende ésta expresión como una forma de anular a los demás, de excluir, una práctica que ha imperando a lo largo de la historia de la humanidad. Según Francesc Torralba, bioeticista, afirma que: “la cultura del descartes consiste en cultivar una ideología que conduce a separar a los seres humanos en categorías, de tal modo que quienes no cumplan los requisitos que impone la cultura son sistemáticamente descartados, situados en el ámbito de la marginalidad”.
En razón a esta definición, nos damos cuenta que esta cultura del descarte a lo largo del tiempo se ha venido robusteciendo, categorizando a las personas, unas que son útiles y otras que ya no lo son, por tanto son marginados, rechazados como vehículos chatarras. Hemos puesto la producción, la economía y todo aquello que genere ganancia en términos materiales, por encima del valor y la dignidad del ser humano.
Según el Papa Francisco al referirse a la cultura del descarte, la define como “una cultura de exclusión a todo aquel y aquello que no esté en capacidad de producir según los términos que el liberalismo económico exagerado ha instaurado”, y que excluye “desde las cosas y los animales, a los seres humanos, e incluso al mismo Dios, es decir que el valor de un ser humano esta en cuanto puede producir y aportar a la sociedad, si no es así, ya es descartable, nos es rentable, su valor de utilidad a expirado.
Esta cultura que afecta a los pobres, a los que no tienen oportunidades, a los ancianos, a los enfermos mentales, a los que no poseen nada, en fin, a los más frágiles de nuestro mundo. Pero en la propuesta cristiana no es así. Es por esto, que esta cultura es una afrenta obvia que atenta contra el mensaje del que habla el Evangelio de Jesús. Los pobres son los predilectos del Señor (Los Anawin) “Los pobres de Yahvéh”.
El Evangelista San Marcos nos deja bien claro que Jesús no descartaba, sino que incluía, aquellos que eran rechazados por alguna condición en aquella sociedad. Mc 1,40-45: “Se le acerca un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: «Si quieres, puedes limpiarme». Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: «Quiero; queda limpio»… No se evidencia desprecio ante las palabras que emanan de Jesús.
Frente a esta cultura del descarte, el Papa Francisco nos invita a que practiquemos “La Cultura del Encuentro”. Hoy más que nunca nos urge acoger aquellos que son marginados, los descalificados, de manera que la cultura del encuentro es abrirse a aceptar a cada uno, sin pretender quitarle méritos o encasillarlos. Por eso es tan decisivo que podamos recobrar el verdadero sentido de lo humano, de ver al otro como un yo, que me necesita, que me duele su realidad y su dolor y el camino de alcanzarlo, es que no perdamos la esperanza de que podemos reconstruir ese anhelado sentido de la existencia humana.
¿Quién tiene vale más?
Es la típica frase que muchos usan para descartar a sus semejantes, poniendo un abismo y anteponiendo la indiferencia individualista que genera marginalidad y rechazos, en consecuencia, es necesario promover una cultura del encuentro, para caminar juntos, donde todos tengamos las mismas oportunidades. Es necesario construir una nueva forma de sentir, pensar y actuar centrada en la justicia debida a toda persona, especialmente a los empobrecidos y descartados, en la solidaridad, la inclusión, la atención y la cooperación, en la fraternidad, como propio de nuestra humanidad.
De ahí que debemos rechazar y cuidar de no enfilamos en las nuevas corrientes contemporánea de aquella afirmación, de que algunos valen más que otros por lo que poseen, en ese sentido nos dice: (EG 190).»El solo hecho de haber nacido en un lugar con menores recursos o menor desarrollo no justifica que algunas personas vivan con menor dignidad». Es decir que todos tenemos la misma dignidad y derechos que me acreditan con miembro de una sociedad y que por tanto merezco ser tratado como todos.
La cultura del encuentro, en definitiva, tiene entonces su punto de partida en el reconocimiento de la realidad en la que todos vivimos que incluye a otro que no soy yo, y que por tanto vivimos en una misma casa común como nos dice el Papa en “Laudato Si” que es nuestro planeta, de manera que, sólo «la cultura del encuentro», es «capaz de hacer caer todos los muros, que todavía dividen el mundo», rivalidades innecesarias, egoísmo y fanatismo que siguen dividiendo he hiriendo; el llamado es; a construir puentes y caminos de relación entre toda la humanidad.
Es una tarea de todos y todas, de poner en boga la cultura del encuentro, desestimando la cultura del descarte y protagonizando la aceptación de todos, sin importar sus circunstancias, especialmente a los más frágiles que son los más sufridos en la sociedad que vivimos.