Por P. Sandro Jiménez (Parroquia Santa Cruz, Tábara Arriba, Azua).
Saludo mis amigos y amigas.
Como de costumbre, les invito a sentirse cómodo, como en casa. Y naturalmente, aquí le tengo su taza de café. Para que no le sorprenda, este café tiene un poco de jengibre. Así como lo escuchó, jengibre. Conocí esa nueva exquisitez en la escuela Aventura (Sabaneta, San Juan). Amigo, siéntese para que no se le rebajen los planes, el café se toma sentado.
Permítanme contarle algo. El domingo pasado, me encontré con algunos compañeros de ruta: Mártires, Rodolfo, Gabriel, Francisco, Carlos y Bernaldo. Mientras nos tomábamos un cafecito de pilón, de colador y con jengibre, me dio tiempo para pensar en algunos de los grandes modelos de vida espiritual que tenemos los cristianos. Le he pedido a tres de ellos, que nos acompañen y nos cuenten un poco sobre su vida espiritual. San Agustín, San Francisco de Asís y San Ignacio de Loyola, sean bienvenidos a este diálogo. Vamos a darles la palabra a los mayores. Comencemos con San Agustín, cuál es su propuesta de vida espiritual.
– Gracias por el café con jengibre, en Argelia, mi tierra natal, no existe eso. Mi propuesta es esta: El primado lo tiene el amor; por eso lo primero es recordar que somos Visibilis Imago Dei (imagen visible de Dios) y que llegamos a ser verdaderos humanos, en relación con Dios, nada más. En ese sentido, puedo decir que aun en el más empedernido pecador late una llama divina que le aliente a elevarse por encima de sus miserias y ruindades, hasta su encuentro con el mismo Dios. El señor nos hizo para él y nuestro corazón estará inquieto hasta que retorne a él. Perdón por lo categórico, pero no olviden que “la radicalidad es camino de santidad”. Lo segundo: el conocimiento de uno mismo es el camino imprescindible para el conocimiento de Dios. “cuando a mí me conozco, a ti te conozco”. Y lo tercero: para llevar a la práctica ese ser imagen visible de Dios y el conocimiento de mí y de él, el camino es el amor. Por eso te digo, dilige, et quod vis fac, (ama y haz lo que quieras). Gracias por escucharme.
– Gracias Agustín, por esas sabias palabras y por tu ejemplo de conversión. Nuestra casa es tu casa. Ahora, pedimos a San Francisco que nos diga algo.
– Al igual que Agustín, me ha sorprendido el café con jengibre. En Italia no conocemos esa mescolanza. Pero está bueno, si me dan otro sorbito me lo tomo. Gracias. Mi propuesta: primero: todo parte de la contemplación de la humanidad de Cristo, sobre todo de su nacimiento. Segundo: de esa contemplación brotará la humildad, pobreza y sacrificio. Tercero: tendremos como resultado la sencillez y la alegría. Cuarto: no hay que buscar escapar del mundo, pelearse con él. Es mejor verlo como amable y como nuestro hermano.
– Gracias Francisco por su llamada a la sencillez y la alegría, y por la invitación a contemplar a Jesucristo y aprender de él la humildad y la capacidad de sacrificio. Ahora quisiéramos escuchar al más joven de los tres, San Ignacio de Loyola.
– Pues gracias tío, como buen español que soy, amo el café. Venga pues, tráeme otro poco, no espere más hombre. Ahora déjeme que te resuma mi propuesta de vida espiritual. Lo primero: poner orden en la memoria, la inteligencia y la voluntad, que son las potencias del alma. Lo segundo: hacerlo todo para la Mayor Gloria de Dios. Y lo tercero: buscar, encontrar y amar a Dios en todas las cosas. Amar su voluntad.
– Gracias Agustín, Francisco e Ignacio. El primero nos propone el primado del amor y conocernos a nosotros mismos como base para conocer a Dios. El segundo nos recordó el valor de la sencillez y la alegría. Y el tercero nos ha llamado a poner orden en nuestras vidas, desde la memoria, pasando por la inteligencia hasta llegar a la voluntad.
Como ya me dijo el padre Melanio que no hable tanto, debo despedirme, pero antes, háganme un favor, MEDITEMOS CADA UNA DE ESAS PROPUESTAS.
Gracias! Hasta la próxima, adiós, pasen buenas, feliz fin de semana! Como dice Rafael Acosta: “bay, Baayyyy”.
